Reales Caballerizas: siglos al servicio de la Corona y la diplomacia

Patrimonio Nacional acerca a los curiosos los elementos principales necesarios para la ceremonia de entrega de cartas credenciales

Patrimonio Nacional
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Los preparativos en las Reales Caballerizas empiezan muy temprano. A las seis de la mañana cada uno está ya en su puesto y, perfectamente coordinados, ponen en marcha una liturgia bien conocida. Nos encontramos en la explanada que recibe su nombre de las antiguas Reales Caballerizas, diseñadas por Sabatini y que, hasta la II República cuando fueron derruidas, se extendían a lo largo de la calle Bailén, dando continuidad al Palacio Real. 

En las cuadras aguardan los caballos que serán engalanados y enganchados en los carruajes. Están separados por tiros, cada uno (con seis caballos) irá en una comitiva distinta. Como nos explica Carlos Jerónimo, todos ellos son centroeuropeos, de razas holandesas y alemanas fundamentalmente, elegidos por su estatura y belleza. Son, en efecto, animales de gran alzada (más de 1,76 metros), cuello esbelto, patas finas y aspecto elegante. Desde el departamento de Comunicación de Patrimonio Nacional, añaden que es importante que sean caballos de una gran envergadura y solidez (pesan unos 600 kilos) pues son ellos los que tienen que frenar las carrozas, que no cuentan con un dispositivo de frenado y cuyo peso ronda los 3.000 kilos. 

En una placa enmarcada, situada en la parte trasera de sus boxes se puede leer el nombre de cada uno de ellos. Carlos Jerónimo puntualiza: todos tienen un nombre de pila original, «son nombres largos, compuestos, rarísimos», pero en España se les ha dado uno nuevo.

Cuadro de habilidades

«En la especialidad de enganche, al no tener un contacto directo con el caballo,  se ponen nombres muy cortos y bien diferenciados entre sí, para que el cochero se entienda bien con ellos», puntualiza. En el lado opuesto, en la puerta, una pizarrita indica sus hábitos alimenticios, la medicación que toman, sus debilidades o cualquier otra información personalizada que los cuidadores deben tener en cuenta. 

Según fuentes consultadas por Monarquía Confidencial, durante más de dos años, a causa de la pandemia de Covid, la ceremonia de presentación de credenciales sufrió importantes restricciones y las carrozas y los caballos estuvieron ausentes. Pero eso no afectó a su ritmo cotidiano. Jerónimo es contundente: «la actividad de las Reales Caballerizas es la misma, se hagan ceremonias de credenciales o no se hagan. Son animales y tienen que estar entrenados, a parte de que siempre estamos en constantes cambios de caballos, porque se van muriendo, se hacen mayores…».

Entrenamientos estrictos 

El entrenamiento diario, de aproximadamente dos horas y media, se hace en el Campo del Moro, también con carruajes de época isabelina, que eran coches de paseo. Además, los animales escuchan con frecuencia música y otros ruidos urbanos a los que suelen estar expuestos en su participación en actos públicos, para mantenerse habituados y no asustarse cuando les toque salir a la calle.

Carroza Negra (s. XVIII). © Patrimonio Nacional
Carroza Negra (s. XVIII). © Patrimonio Nacional

 Una situación singularmente complicada fue la provocada por la borrasca «Filomena» que, en enero del año pasado, dejó hasta 60 centímetros de nieve en los alrededores del Campo del Moro. Con la colaboración del Ayuntamiento de Madrid, la Unidad Militar de Emergencias y la empresa pública Tragsa, personal de Patrimonio Nacional tuvo que «despejar de nieve y hielo la explanada frente a las Reales Caballerizas para garantizar tanto la alimentación como el entrenamiento de sus 19 caballos y evitar el riesgo de muerte por cólico al que estos animales se enfrentan ante la falta de movimiento», como explica Patrimonio Nacional en su web. 

La actividad de estos caballos se extiende más allá de la entrega de credenciales. Participan también en cambios de guardia históricos o exhibiciones, nacionales o internacionales, como el centenario de la reina Juliana de los Países Bajos, en 2009. En esa ocasión, se trasladaron a la ciudad holandesa de Apeldorm varios caballos y dos berlinas junto a personal de Patrimonio Nacional en un conjunto en el que participó también la Guardia Real. Tomaron parte, junto a delegaciones de otras casas reales europeas, en diversas exhibiciones públicas. 

Berlinas del siglo XIX restauradas y en perfecto estado de funcionamiento

Tras tres horas de trabajo, todo está en perfecto estado de revista. Las guarniciones —del siglo XIX, restauradas y homogeneizadas convenientemente— han sido ajustadas a los caballos y éstos están ya enganchados a las históricas carrozas, debidamente dispuestas. 

 

En esta ceremonia se emplean carruajes del siglo XIX, de los reinados de Isabel II y Alfonso XII. Hasta 1931 los nuevos embajadores eran transportados en carrozas más antiguas (de finales del XVIII y principios del XIX) y de mayor suntuosidad. Algunas de ellas se encuentran entre las mejores que integran hoy la magnífica colección de carruajes de Patrimonio Nacional, que podrá ser admirada a partir del próximo verano, cuando se inaugure la Galería de las Colecciones Reales. 

Una colección «única por la cantidad, variedad tipológica y calidad de los vehículos conservados», en la que destacan piezas como la llamada Carroza Negra, prototipo del siglo XVII; las carrozas de gran gala pertenecientes a los reinados de Carlos IV y Fernando VII; o los grandes coches denominados de la Corona Ducal, de Amaranto o de Tableros Dorados, todos ellos franceses de finales del siglo XVIII. Entre los coches de manufactura española sobresale el de la Corona Real, así como los denominados de Caoba y el Landó de Bronces, que conforman el denominado Tren Real utilizado en los desfiles oficiales de los reyes. 

Uniformes de gala en las Reales Caballerizas. © Patrimonio Nacional
Uniformes de gala en las Reales Caballerizas. © Patrimonio Nacional

Sin embargo, cuando la ceremonia fue retomada por el régimen de Franco, se decidió recurrir a las berlinas francesas, reservando las de mayor calidad y relevancia histórica —reagrupadas posteriormente en un conjunto— para su mantenimiento y exposición museística.

En esta decisión influyó el tipo de intervención que había que llevar a cabo sobre los coches que se fueran a poner en funcionamiento, mucho más invasiva que las ejecutadas en las piezas de museo. En las restauraciones realizadas a finales del siglo XX —de una calidad muy superior a las que se hicieron durante la dictadura, cuando, por limitaciones económicas, se recurrió por ejemplo a la purpurina en vez del pan de oro— se devolvió a los carruajes a su estado original. Mediante un proceso de decapado se buscó la última capa del carruaje, que es la de su estado original. 

Aunque hay que decir que todo en las berlinas —desde las cajas hasta los juegos y ejes que sujetan las ruedas, pasando por los bronces y demás elementos decorativos— es original. El único elemento que no lo es es el caucho de las ruedas, una adaptación a su nuevo ritmo de uso. De nuevo, el encargado de las Reales Caballerizas nos explica la razón. «A diferencia de su época, en que se movían muy pocas veces al año (en actos oficiales de gran importancia) y a menudo por tierra, hoy en día salen con mucha mayor frecuencia y siempre por asfalto o empedrado. De esta manera, el deterioro de las ruedas sería mucho mayor con una llanta de hierro.

A ello hay que añadir que, al ser fabricadas en madera, se desajustarían con cierta frecuencia, de manera que al desmontarlas y reajustarlas, la pintura y el pan de oro se estropearía, con el coste grandísimo que lleva aparejado. Con esta solución, no ha habido que retacarlas en dos décadas». 

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