La década de don Juan Carlos

El debate ha sido resucitado por la promesa de Rajoy de que, si gana, no se quedará en La Moncloa más de ocho años (es decir, dos legislaturas). Un envite, por cierto, a la que el presidente del Gobierno está dando la callada por respuesta. Como permaneció mudo cuando, semanas atrás, el siempre enredador José Bono comentó que “creía” que Zapatero también se apuntaba al tope de los ocho años. 

Tengo que reconocer que llegué a pensar que José María Aznar pasaría a la historia de España. No tanto por su exitosa gestión, cuanto, sobre todo, por el gesto de abandonar la presidencia en la cumbre del poder, es decir tras una mayoría absoluta y cuando su partido tenía “garantizada” la victoria por tercera vez. Siempre que —pensaba entonces, y ahora me ratifico— en efecto el PP ganara esas elecciones y al saliente Aznar le sucediera un presidente de su partido. Las cosas, como es sabido, no ocurrieron así.

 Aunque parezca ir demasiado lejos, hay quien opina que Franco seguramente saldrá mejor parado en la historia que se escriba dentro de unas décadas, por el hecho de que su régimen, en otro tiempo conocido como “la oprobiosa”, tuvo, sin embargo, una “salida”. Es decir, que después vino no el caos, sino una transición pacífica y finalmente la democracia de que hoy disfrutamos. Se trata, por supuesto, de la inconsciente aplicación del viejo refrán “bien está lo que bien acaba”. Y habría que recordar que él se “inventó” la solución Juan Carlos.

Don Juan Carlos de Borbón cumple 70 años el sábado próximo, 5 de enero. A estas alturas de la humanidad, ser “setentón, como le llamaba el otro día un periódico, no invalida, ni mucho menos, para el ejercicio de las más altas responsabilidades. Ahí están algunos triunfadores presidentes de grandes corporaciones. El Rey se encuentra en buena forma, tanto físicamente como por disposición. Lo demostró en su último mensaje de Navidad, tan ajustado, sintonizando con las inquietudes de todos nosotros. En el que reafirmó su “profundo compromiso de servicio y de entrega a España y a todos los españoles”.

 Precisamente a la vista de todo eso, no me puedo creer que el Rey esté cansado o que ya no tenga ilusión, que pueda “pasar”. Más bien lo contrario. Y si en alguna ocasión se le adjudicó la frase “ahora, que aren otros”, como expresando que ya había hecho suficiente por el país, lo cierto es que hoy el monarca está bien activo, gracias a Dios.

La magna tarea realizada por don Juan Carlos, que desde luego quedará grabada en la historia, requiere igualmente un buen término. Quiero decir que la mejor rúbrica a estos estupendos treinta años de monarquía democrática es que consume con bien la transición en la Corona y que el nuevo Rey sea, también él, un éxito. Por eso mismo, la tarea final que tiene que abordar y tutelar es la feliz instauración de su hijo en el trono. Un Felipe de Borbón que en enero cumplirá ya 40 años.

La década que ahora inicia el Rey es, a esos efectos, la que vale. En este periodo tendrá, previsiblemente, que producirse la sucesión. No se trata de conspiraciones, ni de meter prisas, sino del natural sentido de las cosas. Porque yo no me imagino a Felipe de Borbón con más de 50 años y en la estela del eterno postergado Carlos de Inglaterra, convertido ya en un anciano sin Corona. Ni creo que su padre lo vaya a consentir.

Imagino que los servicios técnicos del Palacio de La Zarzuela estarán ya en ello, pero conviene recordar que el sistema jurídico español adolece de notables carencias en la regulación de importantes cuestiones que afectan a la Familia Real. La propia figura del heredero está desprotegida, por citar solamente un caso. Y lo mismo ocurre con las abdicaciones y renuncias. El artículo 57 de la Constitución explicita que estas últimas cuestiones deben regularse por ley orgánica.

(La Gaceta de los Negocios, 29-12-2997) 

 
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