Elena, la Brava

Los hijos de don Juan Carlos y doña Sofía tienen personalidades muy diferentes. De Elena, la mayor, se dice que es la “más Borbón” de los tres, por carácter y tipología. De Felipe, el pequeño, convertido en heredero del Trono por ser varón, alguna vez he escrito que es “más Grecia que Borbón”: domina en él, siquiera sea levemente, el perfil vital y anímico, también intelectual, de su madre. Y en cuanto a Cristina, es la más independiente, por lo mismo que no ha sido ni la primogénita, como Elena, ni la heredera, como Felipe, y por tanto, al estar más suelta, pudo gozar de posibilidades de ir por libre. Fue la primera que voló del domicilio familiar, para instalarse en Barcelona, donde reside actualmente.

Al ser “la más Borbón”, en Elena se aprecian de forma más clara los perfiles de su padre. Suele mostrarse abierta y franca, natural, espontánea y generosa. Tiene un enorme sentido de lo que es la dinastía, de su pertenencia a la familia de la que forma parte, y ha tratado de comportarse como tal, incluyendo no pocos sacrificios. Igual que sus hermanos, siente un enorme respeto por el rey, su padre, y cumple con esmero sus indicaciones, consejos y hasta órdenes, cuando se producen.

Se da por supuesto que don Juan Carlos siente un cariño especial por su hija mayor, a la que se ha cuidado de forma específica, también porque algunas de sus condiciones son susceptibles de convertirle en más vulnerable. Por ejemplo en esos brotes de fuerte carácter que pueden aparecer. Tuvo un comportamiento ejemplar tras el ictus cerebral que sufrió Jaime de Marichalar, del que no se separó durante las penosas estancias en el hospital, al que acompañó en el viaje a Nueva York para intensificar allí la rehabilitación.

La infanta Elena se ha situado estos días en primer plano por la triste noticia de la separación matrimonial. Calificada de “temporal”, sin embargo la impresión que se percibe en los entornos próximos a la familia es pesimista respecto a una posible vuelta a la convivencia. Con lo que la actual situación sería solamente un primer paso, que serviría para ir haciendo digerible la dura realidad de una ruptura definitiva.

La bravura de la infanta, con ese arranque de buscarse una nueva casa, parece que ha desencadenado un proceso que desde el punto de vista de don Juan Carlos se quería aplazar hasta después de su onomástica, que se celebra el 5 de enero. La espera hasta entonces no ha sido posible.

La separación de los duques de Lugo no constituye una buena noticia para la Familia Real. Aunque haya quienes incidan en que son cosas “normales”, que le pasa a la gente, en este caso no se trata precisamente de una familia más. Están donde están por unas circunstancias extraordinarias que, si se tornaran demasiado ordinarias, dejarían sin cimientos el edificio institucional en cuya cúspide se ubican.

En algún momento, Elena apuntó la posibilidad de descender a un plano más secundario, en cuanto a protagonismo como miembro de la Familia Real, en beneficio de una mayor presencia de su hermano y heredero. Don Juan Carlos prefirió que siguiera en la agenda oficial, al menos hasta que el príncipe contrajera matrimonio y tuviera descendencia. Eso ha ocurrido ya.

Esta última circunstancia, unido al suceso personal que acaba de protagonizar, hacen suponer que la infanta afrontará a partir de aquí un periodo de repliegue. Algunos lo comparan con lo que protagonizaron las dos hermanas de don Juan Carlos, las infantas Pilar y Margarita, recluidas en un segundo o tercer plano una vez que su hermano consolidó los derechos sucesorios.

Falta de información

 

La separación de los duques de Lugo se confirmó desde La Zarzuela de forma verbal, sin que hubiera nota de prensa. Se intentó explicar con el razonamiento de que se trataba de una cuestión personal. La afirmación no tiene mucho fundamento, si se piensa que el compromiso de la infanta Elena sí se anunció mediante un comunicado. Pero también porque este suceso tiene trascendencia pública, en la medida que afecta a la persona que ocupa el cuarto lugar en la sucesión al Trono, y también a sus hijos, que le siguen en quinta y sexta posición. No estamos ante un asunto privado.

Lo improvisado de la reacción muestra que nada estaba preparado, y descarta que el anuncio se hubiera programado aprovechando una supuesta recuperación de imagen del Monarca. Don Juan Carlos ya estaba en el problema cuando asistía a la Cumbre Iberoamericana y protagonizó el nunca visto gesto de mandar callar a Chávez. Algo que el rey lamenta que haya ocurrido.

(La Gaceta de los Negocios, 17 de noviembre de 2007)

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