Los Reyes no votan

Ni votan, ni opinan. Tradicionalmente las monarquías se abstienen de acudir a las luchas partidistas de las urnas. Habitualmente sus declaraciones son medidas y de carácter general, de tal manera que aún con contenidos claros y transparentes no puedan ser tildadas de inclinarse en ningún sentido.

Las personas reales tienen todo el derecho -faltaría más- a tener sus propias ideas e incluso a que esas ideas, al final todo se sabe, sean de dominio público, pero a la hora de explicitarlas o concretarlas la prudencia debe revestir todo lo que digan.

Hay leyes injustas y hasta leyes intrínsicamente inmorales. Las constituciones monárquicas, en su inmensa mayoría, prevén que sea el jefe del estado quien sancione esas leyes., por más que esas mismas constituciones consagren el principio de la no responsabilidad del monarca.

Casos ha habido -no hace demasiados años- en los que una ley concreta chocaba frontalmente con las ideas o los principios morales de un rey determinado y se buscaron tres pies a la constitución del país para no violentar la conciencia real.

Por eso no es fácil para ningún miembro de las familias reales expresarse en público sobre leyes o aspectos que pueden chocar -por injustos o inmorales que puedan ser- con ciudadanos que se amparan -equivocados o no- en esas leyes para desarrollar su vida personal o su participación en la marcha de la sociedad.

La oportunidad o inoportunidad de dar a la publicidad las opiniones de miembros de las casas reales quedará al libre albedrío de quien lo hace o de quien se presta a ello. La polémica de la exactitud o inexactitud a la hora de reflejar esas opiniones también es harina de otro costal, aunque por higiene social siempre conviene que esos extremos queden claros.

Mientras, hay que procurar que los árboles del oportunismo de unos y de otros no nos impidan ver el bosque de trayectorias personales y públicas que sólo merecen elogios.

 
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