Príncipe y soldado - Harry, el nuevo ‘principone’ de Inglaterra

Una rara compensación crió bajo el mismo techo a Guillermo y a Enrique de Inglaterra, a un principito y a un ‘principone’, a un muchacho de pitiminí y a un muchacho que quizá no ganaba el concurso de gapos del colegio pero a buen seguro tomaba parte activa. En Windsor o en Balmoral, es posible que a la tarde Guillermo repasara los leonardos de la casa y Enrique jugara más bien con el mechero. Ha de haber entre ellos una zona de perfecta transigencia para juntar caracteres tan distintos sin una sola fisura en la fraternidad: lo cierto es que Enrique no desaprovecha ocasión de hacer el carcamal en público mientras Guillermo parece siempre que va o viene de tomar el té. Como es sabido, Enrique privilegia otras bebidas.

Los hermanos se llevan bien y quizá por eso en el Reino Unido los hijos del príncipe Carlos parecen los hijos de toda la nación, de cada súbdito que puede proyectar en ellos un orgullo no infundado. Inglaterra es tierra fiera. Los príncipes consiguieron un salvoconducto de perdón y permisividad para cada día de su vida desde que los británicos vieron que los pequeños poderosos de este mundo pasaban a ser niños sin madre. Al pueblo siempre le emociona que los ricos lloren y la sacudida sentimental a la muerte de Diana dio a muchos ese contento paradójico –catárquico- de vaciarse en llanto. De ayer a hoy, el príncipe Harry siempre ha dado la sensación de ser ese niño que espera la salida de las clases para quitarse la corbata, para echar a correr y subir a los árboles o mirar nidos o coger ranas.

De Harry siempre se especuló que fuera hijo de Diana de Inglaterra y de cierto jinete que tuvo su turno en el corazón plural de la princesa. Estas tal vez sean maldades de mayordomos, aunque el príncipe Enrique debe de causar no poco estupor en un padre como el suyo, tan dado a las intelectualidades fronterizas, desde el acuarelismo a la utopía urbanística, la jardinería excéntrica o la agricultura pija. Es un modo de ser inglés y quizá Enrique se adscriba a ese otro modo de ser inglés consistente en jugar a deportes autóctonos en el barro. Enrique no es un intelectual pero seguramente asombrara bebiendo cerveza a un estibador de Liverpool

De vuelta de Afganistán, de vuelta de la guerra, Enrique bajaba del avión con la cara del niño al que no le dan más dinero para el futbolín. Es posible que Enrique sea tan bruto que necesite una guerra pero hay no poco honor en ser príncipe y soldado y así aquilatar el mérito y –de paso- luchar por occidente en el oriente. Tal vez Enrique fuera por el reverbero en la sangre de las armas y para poner en olvido la vida nacarada de palacio o el último romance con una chica que -conforme a su carácter- era muy obvia, muy rubia y  muy poco recomendable. Inglaterra ve en Harry al joven como todos los jóvenes, cándido y guerrero, que necesita probarse en su valor.

 
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