El Príncipe de la selva

Siempre se ha dicho -al menos antes de que existiera Educación para la Ciudadanía- que la ociosidad es la madre de todos los vicios. Claro que, en según qué casos, también se dice que la ociosidad es madre de la vida padre.

El Príncipe de Gales -en una de estas con carácter vitalicio- no tiene demasiadas cosas que hacer. Y ahora que de desconsolado viudo ha pasado a Duque consorte de Cornualles, ni siquiera tiene tarea enfadándose con la prensa del corazón. Y la ociosidad lleva a Carlos de Inglaterra a enfrentarse a los arquitectos por la construcción de apartamentos en Chelsea, a defender la selva tropical y su entorno ecológico, y a dedicarse al cultivo, en esa misma selva, del aceite de palma para sus productos gastronómicos.

El diario The Independent le acusa de que cinco productos de la marca Duchy Originals, de su propiedad, usan el dichoso aceite y que las plantaciones de palma están destruyendo la selva tropical.

Esto de vivir a dos bandas es muy propio del Heredero del trono de Saint James. Diana y Camilla, Camilla y Diana, y ahora ecologista de día y cultivador de palma de noche y, entre rato y rato, se enfrenta con los arquitectos del reino de Qatar por un proyecto vanguardista, de cristal y acero, diseñado por el británico Richard Rogers.

No es fácil ser el eterno heredero y, a poco que uno se descuide, serlo literalmente para toda la eternidad. Hay que viajar y ser verde; hay que hacer negocios pero que parezcan bio; hay que cazar zorros y apoyar a los antitaurinos en España; hay que llamar primos a los reyes de un país al sur y llegar, como representante de la madre de uno, a Gibraltar y, además, hay que dedicarse a los tiempos de ocio y de descanso. Problemático.

Pero, y aquí hay que ponerse serios, el futuro Rey de la Gran Bretaña y del Reino Unido y de la Commonwealth, no puede ir por el mundo -por muy aburrido que esté- con las manos en los bolsillos de la chaqueta talando selvas, de ecologista, vendiendo productos con aceite de palma y discutiendo con los arquitectos. Es decir, metiéndose en una serie de jardines que, rentabilidades al margen, son poco propicios a prestigiar la Corona.

 
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