Políticas de comunicación real

No se sabe en qué han cambiado las circunstancias para que cambie la comunicación en la Casa Real. Ha sido una batida por todos los frentes, de las portadas de la salsa rosa a los editoriales de los periódicos. Como respuesta, se ha notado un cierto afán carnívoro por parte de un sector de la derecha, acreedora de agravios de ya largo recorrido. En política, como en ajedrez, la cautela manda que el rey se mueva poco. En el PP, por ejemplo, saben que la derecha que postulan tiene algo de la tradición del monarquismo histórico y la herencia cristiana, por más que ambas posiciones estén licuadas, no se sabe si por viabilidad o por adaptación postmoderna. Quiero decir que es otra derecha por oposición a una derecha más próxima al modelo francés. De ahí que, en un momento dado, el PP renunciara a Losantos.

De vuelta a la Casa Real, cabe imaginar que se parte de la premisa de que la sobreexposición mediática ya es irrevocable y que, por tanto, más valdrá intentar dominarla mediante el liderazgo en la iniciativa. Para eso hacen falta grandes hombres –y esos grandes hombres son muy raros. En la última marejada a propósito de los pactos, sin embargo, puede pensarse que la actitud del Rey iba destinada a un español medio al que le ha gustado mucho. Era una iniciativa inteligible. Por otra parte, ahí ha habido no pocos ejemplos de sensatez mediática en un momento en que ya no abundaban. Si la opinión no fuera tan volátil, muchos seguirían recordando el gesto hacia la derecha que tuvo el Rey con Aznar hace apenas un mes. Como fuere, históricamente, el papel de la derecha con el Rey es el de mujer sufrida o el de quien cubre las vergüenzas con un paño de pudor. No puede decirse que la causa no merezca el sacrificio.

 
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