El rey, con pies de plomo

Felipe VI en una foto de archivo.
Felipe VI en una foto de archivo.

A la hora de considerar el mensaje de Navidad del rey, como el pronunciado en la noche del 24, tantas veces me viene a la memoria la película “El discurso del rey”, una magnífica cinta, que se suma a iniciativas cinematográficas como “The Queen”, e incluso la serie “The Crown”, centradas en la familia real británica y que, pienso, forman parte de una inteligente operación de marketing de la monarquía inglesa. Algo que en España nunca se ha hecho.

Centrándome en el pronunciado este año por Felipe VI, los análisis y reflexiones han sido muchos y variados.

He de decir que, a pesar de las expectativas que suelen levantarse, y este año no ha sido la excepción, dada la concreta coyuntura política que vive el país, desde mi punto de vista tampoco hay que esperar demasiado de estos discursos. ¿Por qué? Porque se trata de mensajes pensados para la gente, para los españoles en su conjunto, presentados incluso en un entorno familiar, dada la fecha y hora en que se pronuncian.

Por eso mismo, habitualmente, además de referirse por encima a lo que está pasando, cada año nos vuelve a recordar quienes somos, de dónde venimos, y sobre todo a dónde tenemos que ir, apelando, por supuesto, a nuestro esfuerzo y determinación.

Pero el mensaje navideño no es momento para declaraciones muy solemnes, ni para grandes anuncios. Tampoco para enviar mensajes contundentes a ámbitos, políticos e institucionales. Menos aún de críticas y condenas. Para ese objetivo, el rey dispone de otras ocasiones, otros lugares y otros modos. Y los utiliza. Baste recordar el discurso del 3 de octubre de 2017, a los dos días del referéndum de independencia de Cataluña.

Las alocuciones navideñas son, insisto, bastante previsibles y no hay que esperar sorpresas. Aunque alguna vez sí ha existido un mensaje un poco más intencionado, como ocurrió con el pronunciado por don Juan Carlos en la Navidad de 2013. Por cierto, él no sabía que iba a ser el último. Y ese año,  en pleno escándalo por los negocios de Iñaki Urdangarín, incluyó la famosa frase “La Justicia es igual para todos”.

No obstante, en la Nochebuena, siempre dice ‘algo’ el rey. Es lógico y hasta inevitable. Y por eso cabe intentar una especie de resumen o conclusión.

Me acordaba, a ese respecto, de que, en los años noventa, se hizo popular un anuncio en el que un vejete, que vivía en un pueblo alejado y que había perdido el contacto con la realidad, preguntaba, ante cada novedad, que le contaban: “¿Y qué opina Franco?”.

Así pues, ¿qué ha dicho el rey? ¿Cuáles son las claves del discurso de este año? ¿Qué hay detrás? ¿Cómo interpretarlo?

 

Tres son -concretó- los desafíos más importantes que tiene España: la división, el deterioro de la convivencia y la erosión de las instituciones. Pero, atención, siguiendo esa línea de lanzar un mensaje general, de contexto, no echó la culpa a nadie, no citó a protagonistas o responsables.

Sobre la erosión, demandó unas instituciones que sean sólidas y protejan a los ciudadanos; que respondan al interés general y “ejerciten sus funciones con responsabilidad”; que reflexionen sobre los riesgos para nuestra convivencia y las propias instituciones. Deben  ser “ejemplo de integridad y rectitud”.

Pero, por supuesto, no citó a ninguna. Y un detalle más: al hablar de las instituciones y los requisitos que deben cumplir, él mismo no se evadió, porque incluyó también a la monarquía. En la línea de su discurso programático en la proclamación como rey.

Analizando el escenario, el estilo, los decorados, el tono... por los gestos y expresión, el rey Felipe no se mostró externamente ni preocupado ni enfadado. No digo que no lo esté, sino que no lo mostró.

Todo apunta a que este año, muy singularmente, no ha querido, por así decirlo, llamar la atención. Algo así como si estuviera tratando de andar con pies de plomo. Especialmente ahora. Quizá porque se está encontrando actuaciones en el Gobierno, y en su presidente, no muy simpáticas con él y con la institución.

Hasta en los decorados se ha buscado ese perfil bajo. Ningún año falta un belén, pero en este caso se ha colocado uno de los más pequeños que se recuerda. Y solamente una fotografía, nada complicada ni personal (en otras ocasiones las hubo): la foto de familia de la cumbre de la OTAN. Igualmente, tampoco se colocó el habitual tomo de la Constitución.

Incluso las imágenes facilitadas por La Zarzuela, siete fotos, resultan poco comprometidas. O comprometedoras. Se centran en momentos ni conflictivos ni demasiado marcados.

De las siete instantáneas, Leonor aparecía en cinco, don Felipe en cuatro, la infanta Sofía en cuatro, y la reina Letizia en tres.

Como digo, con pies de plomo. Y hace bien. No se puede fiar.

editor@elconfidencialdigital.com

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