El silencio del rey

La mayoría de los periodistas conocidos y gran número de políticos, además de otras muchos personajes de la vida económica, social y cultural, hemos tenido oportunidad de escuchar al rey, en privado, comentarios improvisados sobre las más diversas cuestiones y personas.

Don Juan Carlos ha hecho siempre gala de enorme desenvoltura a la hora de expresar en voz alta opiniones y juicios, entre otras cosas porque ha comprobado que tales efusiones expresivas no provocaban mayores consecuencias. Y ello ocurría porque a nadie de los que escuchaban confidencias y expansiones se le ocurría sacarlas a los medios. Hasta ahora.

Seguramente a partir de aquí el rey tendrá algo más de cuidado en lo que dice, dónde y ante quién. Me refiero, por supuesto, a la desvelada y divulgada conversación con Esperanza Aguirre a propósito de Federico Jiménez Losantos. Que es, desde luego, un episodio desgraciado se mire por donde se mire, del que ninguno de los protagonistas sale bien parado.

Hay que recordar que ya hubo alguna escaramuza mediática a propósito de la visita de Ernest Benach a La Zarzuela, en representación del Parlamento de Cataluña, para comunicar la elección de Pasqual Maragall como presidente de la Generalitat. Al salir, el republicano tuvo la osadía de poner en boca del monarca la frase “Hablando se entiende la gente”. Una afirmación bastante obvia y sin demasiado trasfondo en sí, pero que atizó la cólera en determinados sectores de la derecha mediática.

Nunca se aclaró si esas palabras correspondían a las afirmaciones de don Juan Carlos durante la audiencia, pero lo cierto es que tampoco hubo desmentido de la Casa del Rey. Ni oficialmente, por supuesto, pero tampoco de manera oficiosa, que eso sí se puede articular desde palacio. Y entró a funcionar el “quien calla, otorga”, algo que, por otro lado, en La Zarzuela saben que es de aplicación inmediata.

Más recientemente, Miguel Ángel Revilla, presidente de Cantabria, se atrevió a desvelar en público que el monarca le había dado a conocer su preocupación por las arremetidas del ya citado comunicador. El mismo asunto que centró la publicitada conversación con Esperanza Aguirre, iniciada, por cierto, por don Juan Carlos.

Pienso que, con la monarquía, en España se están dando pasos atrás que no tenían precedente. Las escenas de la algarada en la Universidad de Barcelona en la que se ahorcó en efigie a don Juan Carlos, que además simulaba un disparo en el corazón, no las habíamos visto nunca. Ahora, la revelación del diálogo mantenido durante el almuerzo en el Palacio Real es otro paso. Con ello, ha caído un muro más en torno a la Corona. Y empiezan a ser demasiados.

Es de suponer que, a partir de este incidente, el monarca andará más cauteloso con sus expansiones verbales. Viene a cuento la difícil situación que vivió don Juan Carlos a raíz de unas fotografías desnudo que se publicaron en Italia; cuando se quejó a Fernández Ordóñez, entonces ministro de Exteriores, éste le contestó que había una manera de que no volviera a suceder: no tomar el sol en traje de Adán en la cubierta de un barco. Pues eso.

Si el todo vale inaugurado con la publicación del diálogo en el Palacio Real se consolida, van a cambiar también las cosas para otra gente, muy singularmente los políticos. A partir de aquí, nadie deberá lanzar comentarios fuera de guión, no ocurra que alguno de los testigos lo relate al día siguiente en primera página. Rodríguez Zapatero, Rajoy, los ministros, los diputados… hasta los grandes empresarios, van a tener que tomar nota. Se impone la ley del silencio.

 

Va a ser obligado no decir palabra ni siquiera cuando uno crea que está lejos de los micrófonos, porque las cámaras de televisión pueden también resultar peligrosas, como ha comprobado, amargamente, Fernández de la Vega, a la que, por el movimiento de los labios, han adivinado una bronca dirigida a la presidenta del Tribunal Constitucional.

(Publicado en La Gaceta de los Negocios el 27 de octubre de 2007)

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