La nobleza hoy

Ninguna tradición escapa a las iras de quienes buscan crear un hombre nuevo, ni la Navidad, ni el entierro de la sardina ni –por supuesto- la nobleza. En este último punto, algún mal moral habrá cuando el bien ajeno se juzga como agravio. Muy afectos a la embestida parlamentaria, el grupo roji-verde del Congreso –Esquerra, IU e Iniciativa- pide anular los títulos nobiliarios dados durante el franquismo.

Es una curiosa fijación en tanto que tampoco hablamos de títulos de sólida consistencia genealógica sino –más bien- de reconocimientos a un trabajo o a una trayectoria que de alguna manera redundó en pro del Estado, de esa España que fue España bajo Franco como bajo Pi y Margall. Estar ajeno a las lecciones de la historia implica, por ejemplo, desconocer la pésima calidad de los regímenes españoles que quisieron anular los títulos nobiliarios.

Con tantas marquesas hoy en la cola del INEM o del Alcampo, la nobleza no implica ninguna merma en la igualdad. Históricamente, cualquier amante de la libertad podrá agradecer aquello que señala el sabio Fumaroli en su prólogo a Chateaubriand: cómo nobles y señores representaron el ámbito de libertad más practicable frente a la avaricia omnipotente del monarca. Era tradición que el privilegio de cuna se pagara al Estado con el servicio en la diplomacia, la milicia o la política. Nada de esto será del agrado de quien no tiene en mucho al Estado, claro está.

Es posible que una aristocracia asustada durante el franquismo y aun antes incumpliera, por instinto de supervivencia, este deber en España. No ha sido así con otras noblezas: véase Inglaterra. La endogamia de la nobleza no responde sólo a cuestiones de preservación sino a la pasión universal que señaló Ovidio de hacer amigos entre iguales. Como fuere, la abundancia de viejos títulos españoles no deja de hablar de realidades nacionales forjadas desde antiguo con configuración política avanzada para la época. Si optamos por la solemnidad, habla de civilización. El instinto de premiar a los prohombres es algo que sigue vigente no ya en los títulos sino en las condecoraciones, repartidas por cierto casi al peso en el alto funcionariado. Hoy la nobleza afirma un patrimonio cultural puramente espiritual o plasmado en el arte. Ha habido ahí grandes esfuerzos. Para esto basta echar una mirada en torno. Por lo demás, hoy los títulos se heredan como se hereda la afición al Real Madrid.

 
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