Ha muerto una parte de España

Andamos escasos de grandes personajes, de esas gentes de carácter notable capaces de cambiar las cosas y de enfrentar con nervio su propio destino a fuerza de lucha y, por qué no decirlo, también de irreverencia y de contestación rayando a veces entre la gloria y el esperpento. Por ello, no podemos sino lamentar la pérdida de una insigne persona, de una mujer incapaz de dejarnos indiferentes, de una dama valiente y batalladora cuya vida ha estado jalonada, lógicamente, de filias y fobias, de detractores y admiradores. El viernes día 7 de marzo falleció durante la tarde en su palacio de Sanlucar de Barrameda doña Luisa Isabel Álvarez de Toledo y Maura, “la duquesa” para los sanluqueños, “la duquesa roja” para los españoles, y para la historia la propietaria del ducado más antiguo de España, el de Medina Sidonia, de los marquesados de los Velez y de Villafranca del Bierzo y de tres Grandezas de España.

Enfant terrible por excelencia de la nobleza española, la enjuta y sarmentosa Luisa Isabel nació en Portugal a poco de comenzada la guerra de España, el 18 de agosto de 1936, heredera de la vieja sangre de los Medina Sidonia, los grandes señores de Andalucía durante centurias, y de la sangre nueva de los Maura, artistas, políticos, monárquicos y republicanos. Hija única y heredera del largo transcurrir histórico de su saga, con 18 años fue presentada en sociedad en Estoril el mismo día que la infanta doña Pilar, y un año más tarde contrajo matrimonio con don Leoncio González de Gregorio y Marti, miembro de la familia de los condes de La Puebla de Valverde. Pero cuando el carácter es fuerte y determinado no puede sino aflorar naturalmente y desde fines de los años 50, y ya duquesa, doña Luisa Isabel no dudó en hablar claro en una España limitada y en un entorno de rígidas convenciones de clase. Y así, uno por uno y a lo largo de los años, fue quitándose cada uno de los corsés de la alta nobleza granjeándose el apelativo de “duquesa roja”. Se enfrentó abiertamente al régimen, protestó por las bombas de Palomares, se manifestó públicamente en numerosas ocasiones, y con su novela “La Huelga” puso patas arriba a la sociedad sanluqueña de aquel tiempo. Pasó ocho meses de cárcel, se exilió en París, y de regreso a España se entregó en cuerpo y alma a clasificar y organizar de forma modélica el archivo de la Casa de Medina Sidonia, el más rico del país todavía en manos privadas. Una tarea paradigmática y elogiosa sin duda alguna, que corre pareja a su creación de la Fundación Casa Ducal de Medina Sidonia.

Genio y figura, tajante, crítica, y siempre dispuesta a la claridad y la conversación inteligente, la duquesa nunca dio marcha atrás y no dudó en enfrentarse a autoridades académicas, nobleza e instituciones. Incapaz de refrenarse ante lo que consideraba injusticias y dobles morales, y diametralmente opuesta al resto de damas tituladas de nuestro país, muchos han sido sus enemigos y han abundado quienes la han considerado excéntrica y han denostado su apasionado gusto por el combate y la oposición sistemática. No dudó en aventar las historias de su familia, con la que siempre ha mantenido una relación difícil, ni tampoco en desdecir a la historia oficial con sus polémicos libros en torno a lo que consideraba el falso descubrimiento de América, el papel de su antepasado el duque de Medina Sidonia a la cabeza de la Armada Invencible, o la revisión de la rebelión de Andalucía en 1640.

Ave enjuta y solitaria que se diría salida de esas mismas marismas de Doñana que durante tantos siglos pertenecieron a su familia, e impenitente fumadora de ojo siempre crítico, la duquesa, con quien tuve el gusto de compartir interesantes conversaciones en varias ocasiones reconociendo su vasta cultura y su extraordinaria memoria, no hacía distingos de clase o fortuna, sino de ideas y pensamientos. Como ella misma afirmó: “Todo este juego de la jet, donde hay duques y otros que no lo son, es un mal ejemplo, porque el pueblo aprende a no trabajar y a otra serie de cosas nada recomendables […] Es decir, que se tergiversa la escala normal de valores que conviene a una sociedad para que funcione”. Amparada en su palacio de Sanlucar cuyas terrazas miran al Atlántico y a la cercana costa africana que sus antepasados los Guzmanes ganaron para la corona de Castilla, Luisa Isabel Álvarez de Toledo ha muerto como vivió, cuestionando las verdades de los vencedores y apegada a sus convicciones hasta el último suspiro.

 
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