Sucesión femenina al trono, efecto dominó y "gatopardismo" monárquico

Cuando el Castillo de Elsinor -en la indeterminada época en que se desarrollaba la tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca- era escenario de los sucesos que protagonizaban la reina Gertrudis, el rey Claudio y el mismo Hamlet, no era imaginable lo que está a punto de ocurrir en ese reino escandinavo: la consagración del principio de primogenitura para acceder al trono de Dinamarca independientemente del sexo del heredero. Este movimiento reformador está en la tónica de lo que han ya realizado otras monarquías europeas. Y Dinamarca, desde luego, parece no querer quedarse atrás.

Recientemente, el Parlamento danés votó unánimemente a favor de una nueva Ley de Sucesión al trono, similar a la sueca o la noruega. Antes de ser adoptada tendrá que ser aprobada de nuevo por la Cámara que surgirá de las siguientes elecciones. Y después de eso, será sometida al citado referéndum. En él deberá participar al menos el 40% de la población. Para que el cambio de regla sucesoria tenga efecto deberá recibir el apoyo de al menos la mitad de los votantes.

La reina Margarita ascendió al trono en 1953 debido a que su padre, el rey Federico IX, no tuvo hijos varones, sino sólo tres hijas. El 27 de marzo de ese año se adoptó la nueva Ley de Sucesión danesa que restringía el acceso al trono a los descendientes del rey Cristian X y de su esposa, la reina Alexandrine, a través de matrimonios aprobados por el Monarca en el Consejo de Estado. Antes de esta norma, el trono se sucedía por Ley Sálica en los descendientes del rey Cristian IX, abuelo de Cristian X. Por eso, antes de la reforma de 1953, el heredero al trono era el príncipe Knud, hermano menor de Federico IX.

En Europa, pero no sólo en Europa, la corriente de aumentar los derechos de la mujer en cuanto a la sucesión al trono, hasta reconocerlos idénticos a los de los hombres, se ha convertido en general. Recordemos, por ejemplo, los derechos al trono de Lesotho defendidos sin mucho éxito por Tlohang Sekhamane, Secretario de Estado del gobierno de ese país, para la Princesa Senate Seeiso, como sucesora del Rey Letsie III, al ser su primogénita. Parece, sin embargo, que el príncipe Lerotholi Seeiso, nacido en 2007, será el heredero. Evoquemos también el caso de Japón, que ya tuvo ocho emperatrices entre los siglos VII y XVIII, y donde la posibilidad de que Aiko, hija única de los príncipes herederos de Japón Naruhito y Masako, se convierta en Emperatriz algún día puede estar cada vez más cerca si se reforma la Ley de la Casa Imperial de 1947.

La historia está llena de soberanas titulares que han sido tan buenas o tan mediocres como cualquier monarca varón. Isabel La Católica, Cristina de Suecia, Catalina II de Rusia, Victoria de Inglaterra, entre las ya fallecidas, o Isabel II de Inglaterra, Beatriz I de los Países Bajos o la propia Margarita II de Dinamarca entre las felizmente reinantes son sólo algunos significativos ejemplos de que no está en el sexo la idoneidad para reinar, sino en una suerte de capacidades innatas, heredadas y adquiridas que, adobadas por las circunstancias de cada momento, hacen un todo que conforma a una buena reina: exactamente igual que en los varones. Es indudable que la Monarquía es tradición. Pero sería tan ciego quien negara esto como iluso el que reprimiera ciertos “aggiornamenti” no sólo inocuos sino seguramente convenientes para la institución y no perjudiciales para el mantenimiento de sus raíces históricas. Los que hemos leído "El Gatopardo" del príncipe Giuseppe Tomasi di Lampedusa recordamos una frase lapidaria de su personaje Don Fabrizio Corbera, príncipe de Salina: “Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie”. ¿Habrá que erigir un monumento al decadente noble siciliano como profeta del monarquismo del siglo XXI?

 
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