Sherlock Holmes en la Zarzuela

Moverse en el entorno de la Familia Real nunca ha sido fácil. No lo tienen fácil los propios miembros de la Familia y mucho menos quienes por unas u otras razones se sitúan en círculos más o menos próximos.

La discreción, la prudencia y sobre todo los pies de plomo cuando se trata de medios de comunicación, forman parte de un código de conducta que hay que cumplir a rajatabla, porque cualquier fisura se convierte en una grieta de consecuencias poco manejables.

Que una revista haya publicado unas fotos del círculo más íntimo, en una comida privada a la que sólo tenían acceso los propios comensales ha convertido la pedida de la Princesa de Asturias en un desagradable caso de investigación cuasi policíaca.

Ha llovido mucho desde noviembre de 2003, incluso alguno de los asistentes ya no está en el mundo de los vivos y otros, por diversas razones, no forman parte de ese entorno más íntimo de la Familia Real. La Zarzuela se ha apresurado a desmentir toda intervención de Palacio en el asunto, con lo que las conjeturas se han desatado si no en las más variadas direcciones sí en las suficientes como para que las especulaciones corran libremente.

En cualquier caso un asunto desagradable que tiene unas connotaciones que salpican a dos familias, una de las cuales reina en España y otra que ha sufrido diversos avatares personales y sentimentales.

La Casa Real debe de tener el techo de cristal y cuando haya que taparlo, por razones obvias de intimidad, quienes permanezcan debajo deben de saber dónde están y a qué les obliga la proximidad a la persona del Rey.

Cuando aún no se han extinguido los ecos de la pitada en Valencia, toda prudencia es poca. Cualquier desliz va a ir en contra de la Familia Real o de cualquiera de sus miembros. En este caso, la que puede salir peor parada es la Princesa de Asturias que se está ganando a pulso el respeto de los españoles desde aquel noviembre de 2003.

 
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