De la Reina a la Urbano

Los libros de Pilar Urbano han servido para alimentar una de las ansias más voraces de los hombres: la curiosidad, las ganas de saber, esa mezcla de cotilleo y chismorreo que, de alguna manera, es inherente a nuestra sociabilidad natural y va condimentando la vida con sus veladuras, equívocos y verdades entrevistas. En una edad tan tecnológica, las habladurías siguen transmitiéndose con el mismo espíritu que en tiempos de Galdós y, con gran frecuencia, por los mismos medios: una confidencia, un café, una conversación casual o algo que alguien oye, un libro que se publica y causa revuelo. Esos libros de Pilar Urbano sobre la reina también quedarán no sólo para la pequeña historia sino para los historiadores de verdad.

Como es natural, esos libros dejan bien a la reina pero puede pensarse que es la propia reina la que se ha venido encargando de dejarse bien a sí misma. Es figura popular y, a la vez, estrictamente respetada. La naturalidad en el cumplimiento de sus funciones es siempre tal que parece que en todo momento está encantada con lo que hace y donde lo hace. Los testimonios abundan. Es persona vital, alegre, optimista, con un punto de brío en el carácter y con sensibilidad. Sus opiniones son muy fácilmente asequibles para la populosa mayoría de españoles que moran entre el centro izquierda y el centro derecha. En ningún momento son opiniones que demanden un ejercicio extremo de tolerancia. A la vez, parecen opiniones expresadas sin formulismos. Dicho esto, la reina no ha pretendido nunca emular a Ortega y Gasset, haciendo pasar análisis complejos u originales sobre cuestiones polémicas o no polémicas. Tiene un acervo de creencias y valores agradablemente estándar, con algún énfasis aquí y allá, moderado todo por una cordialidad y voluntad de entendimiento como principio. Esas creencias y valores, esos vínculos y opciones –opciones limitadas, en su caso, compensadas por privilegios en debate no siempre fácil- sostienen su vida. En general, cuanto ha expresado la reina –salvo conversaciones con Isabel de Inglaterra o audiencias con Juan XXIII, claro- es algo que pueden suscribir muchos españoles de bien.

La periodista Pilar Urbano, que ha vendido muchos libros y ha causado polémica con ellos, expone con cierta minuciosidad su papel –y el papel de la Zarzuela- en la polvareda subsiguiente a la aparición del libro. El éxito editorial de Pilar Urbano no ha venido acompañado de una misma dosis de crédito intelectual, notablemente en obras como Jefe Atta o la dedicada al juez Garzón, y quizá sus libros no hayan contribuido a un debate público de profundidad. Sin duda, el perfil de Urbano era conocido por quien tenía que conocerlo y la redacción de un libro para dar a conocer a la reina puede ser algo que llegue a muchos corazones pero también puede generar –como generó- algún tumulto, quedando la Casa Real en un mal paso. Ahora, Pilar Urbano adjunta a su libro de 2008 un apéndice documental explicativo que sirve para salvaguardar su honorabilidad profesional. Dicho apéndice habrá sentado como haya sentado pero, sin duda, cualquiera puede y aun debe explicarse cuando se ataca su honradez. Pero esas turbulencias, como la polémica en torno a ciertas declaraciones de la reina, y el vaivén de oficialidad de los desmentidos, son cosas que hoy no duran más de cinco minutos y se olvidan. Ni siquiera quedan para la historia, pequeña o grande. En cambio, el libro sí habrá hecho llegar su mensaje a tantas señoras de la clase media que ahora piensan aún mejor de la reina de España.

 
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