¿Oxígeno real?

Como diría Alfonso XIII ‘son gajes del oficio’ y Don Juan Carlos tiene que contar con esos comentarios y con la polvareda que puede levantar cualquiera de sus movimientos. El problema está en que alguien en el entorno del Palacio de la Zarzuela tiene que medir el alcance y las consecuencias de esa inevitable polvareda.

En plena crisis y cuando casi todo el mundo opina que el Gobierno y, más concretamente José Luís Rodríguez Zapatero, está contra las cuerdas; cuando los rumores o las peticiones de dimisión dentro y fuera del Partido Socialista –más o menos sonoras- son constantes, y cuando se baraja una moción de censura y hasta un adelanto de las elecciones generales, lo más probable es que de un lado se niegue que el Rey deba intervenir y de otro se opine que esa intervención es echar una mano a quien lo está pasando mal.

María Teresa Fernández de la Vega –con la inanidad que la caracteriza- se apresura a decir que el Gobierno no necesita ayudas, que el Gobierno trabaja y que además todo lo hace bien y por nuestro bien.

En el otro lado hay malestar y con más o menos sordina se dice que las palabras del Monarca han sido un balón de oxígeno para un enfermo terminal.

Y tercian los sindicatos y cuentan lo que dice el Rey sobre la crisis de los parados y es inevitable que en la opinión pública surjan opiniones –valga la redundancia- para todos los gustos.

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Como siempre desde el día de su coronación el Rey ha sido constitucionalmente exquisito. Como siempre se ha limitado a cumplir sus funciones de poder moderador y como siempre se ha limitado a decir a los políticos que deberían ponerse de acuerdo en la tarea de sacarnos del embrollo.

Pero hay demasiados flecos como para que no surjan los comentarios y como para que lo que se dice no dañe a la Corona.

No estamos ante un Ejecutivo al que se le ha venido la crisis encima sin comerlo ni beberlo. Estamos ante un Gobierno inepto y manifiestamente impotente. No estamos ante un presidente sincero que dice abiertamente lo que ocurre pero sí que estamos ante un gobernante que apenas aporta soluciones y mucho menos las pone en marcha aunque no fueran las más acertadas.

En esa situación parece que el Rey toma partido por lo que hay y aconseja a los demás que ayuden ‘a lo que hay’ y es en ese momento cuando se pone en duda la oportunidad de sus iniciativas. Oportunidad en el contenido y sobre todo en el momento.