Debates sobre el mensaje

Se dice y se dice que el mensaje del rey no tiene importancia ninguna y luego estamos debatiéndolo ásperamente durante una semana. Añádase la semana de debate previo y resulta que el mensaje del rey en la nochebuena centra durante no pocos días la conversación nacional, lo mismo en las tertulias de las radios que en las barras de los bares.

Por supuesto, no son pocos los que, al decir que el mensaje del rey no importa, lo que hacen es expresar un deseo. Son los que más buscan hacerse oír en el debate. En general, está comprobado que un monárquico –para entendernos- admite muchos más matices que unos antimonárquicos –para entendernos, otra vez-, inamovibles de sus posiciones e incapaces de reconocer mérito alguno: haga lo que haga el rey, diga lo que diga, siempre merecerá deploración extensa, in toto.

Al mismo tiempo, se da un fenómeno curioso: al hablar del mensaje del rey todo el mundo parece actuar como si de verdad estuviera tratando sobre algo de la mayor importancia y que exige la mejor articulación de la pasión argumentativa. La corona, aunque no sea incompatible con la racionalidad, no sólo afecta a la racionalidad. Está muy bien que sea así, claro, porque no somos máquinas binarias. Otro día hablaremos de desafectos. Baste ahora decir que el rey, para contentar en algo a todos, no ha de contentar en todo a ninguno. Esa es una de las grandes lecciones de la sabiduría política occidental, que tanto irrita a los absolutistas de la perfección.

 
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