La Corona, Cataluña y Telma Ortiz

En la monarquía de España “las provincias son muchas, las naciones diferentes, las lenguas varias, las inclinaciones opuestas, los climas encontrados: así como es menester gran capacidad para actuar, así mucha para unir”. De Baltasar Gracián a Telma Ortiz, la transición ha propiciado la tradición no escrita de que la Casa Real tenga en Cataluña a alguno de sus miembros, precisamente en virtud del “para unir”. Después de la marcha de los duques de Palma a Estados Unidos, Telma Ortiz empieza a vivir en Barcelona. El silogismo quiebra porque Telma Ortiz –simplemente- no es de la Familia Real.

Más institucionalmente, y también “para unir”, no hace tantos meses que se ha creado la fundación Príncipe de Gerona, uno de los diversos títulos de la Corona de Aragón que ostenta el heredero del trono español. Esa sí es una aserción positiva y benéfica. Quizá no estamos en aquellos momentos de la Restauración feliz en que Joan Maragall cantaba la visita de los reyes, los bodegueros de “champaña del Panadés” ofrecían a la reina regente la flor de sus cavas y la Corona repartía marquesados algo sospechosos entre los industriosos empresarios del textil. Con todo, las encuestas hablan del grado de respeto de los ciudadanos catalanes hacia la Corona y, en la otra orilla, ya se sabe que nada provoca comezones más exquisitas a un nacionalista que estar a la vera del rey. Al final, son recibidos con honores en un nido abertzale o en cualquier pueblo del Ampurdán de vieja tradición federalista. Ahí actúa la Corona como concordia, y por eso no tienen un simbolismo menor los discursos en catalán. Tom Burns Marañón ha postulado incluso que reyes y príncipes usen de preferencia el título del lugar que visiten: señor de Vizcaya, rey de Aragón, conde de Barcelona y demás.

De vuelta a Telma Ortiz, alguien dotado de sensatez se ha sorprendido más por el hecho de que Barcelona necesite mantener relaciones con el área Asia-Pacífico que por el hecho de que Telma Ortiz ocupe el puesto. Es posible que sea un exceso de angelismo el pensar que para llevar las relaciones internacionales ya teníamos a la carrera diplomática, a cuyos miembros les gusta viajar tanto como a los cooperantes pero a cambio se les exige algo más que espíritu mochilero. Como fuere, si el puesto tiene que existir, hay consenso en que Telma Ortiz está cualificada para el mismo, y en Pakistán –que se sepa- no hay ‘paparazzi’. Además, al alcalde medio de Pakistán debe de sonarle a música del cielo el recibir a la hermana de la princesa de un país mágico y remoto, donde al parecer atan con butifarras a los perros, y es posible que nos mande a cambio unos turistas.  

 
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