Alejandro de Yugoslavia y el Palacio Blanco

Hace unos años en el Perú, algunas familias de la aristocracia terrateniente que habían visto saqueadas sus haciendas, robadas por obra y gracia del gobierno comunistoide con el que el general Velasco Alvarado castigó al país a finales de los sesenta y comienzos de los setenta, vieron a veces devueltas las casas de esas haciendas, lo que los argentinos llaman el “casco” de la estancia, en estado ruinoso y sin las tierras que antes las sustentaban, repartidas de modo anárquico para no volver a ser cultivadas jamás. Aún recuerdo haber visitado “Sojo”, la gran casa palaciega de los Checa en el norte del país, con su doble escalinata, su logia con columnas dóricas, y sus magníficas proporciones -que recordaban a la “Tara” de “Lo que el viento se llevó”-, entre el sonido de las palomas y los murciélagos que anidaban y volaban por doquier, ocupando los salones que antaño oyeran las risas y las cultas conversaciones del diputado Miguel Checa y Checa y sus invitados.

Fenómenos parecidos han ocurrido en Europa tras la caída del muro de Berlín. En una visita que hice hace años a la República Checa, mi buen amigo Pablo Jiménez Díaz, que alcanzó su doctorado en Historia del Arte en Praga, estudiando las colecciones españolas del emperador Rodolfo II, recorría conmigo el magnífico castillo renacentista de Nelahozeves, una de las joyas de los príncipes Lobkowicz, devuelto a éstos en 1993. Por supuesto no se les devolvió más que una parte de sus bienes, de entre los varios castillos que otrora les pertenecían, pero al menos sí recuperaron hermosas piezas de pintura o mobiliario. En 2002 recuperaron también el palacio Lobkowicz de Praga, hoy convertido en museo privado. Esas transformaciones de palacios en museos son un ejemplo de la conversión de la necesidad en virtud: se necesitan los ingresos del turismo para mantenerlos y éste puede así disfrutar de los encantos del lugar.

En marzo de 2001 al príncipe heredero Alejandro de Yugoslavia, o como le llaman algunos -con la mezquina ilusión de que así le fastidian o desmerecen- Alejandro Karadjordjevic (Karadordevic), se le reconoció la ciudadanía servia y pudo ir a vivir a Belgrado donde había reinado su padre el rey Pedro II. La caída de Slobodan Milosevic facilitó ese regreso del jefe de la dinastía. Se le devolvieron los palacios reales situados en Dedinje, es decir, el Stari Dvor –donde Alejandro vive con su mujer y sus hijos- y el Palacio Blanco (Beli Dvor), que se abre al público de abril a noviembre y es usado para recepciones. Pero naturalmente no se le reintegraron las fuentes de ingresos que permitían el mantenimiento de esas residencias y sus jardines de 333 acres. Por supuesto, Josip Broz Tito disponía en ellas de 40 jardineros. El príncipe Alejandro sólo tiene 6 para cuidar de una propiedad que conviene que el Estado ayude a mantener. Lo hace con un millón de euros al año pero este año sólo ha recibido 400.000 €. Pero no sólo requieren de cuidado los jardines: hay que arreglar tejados, pintar desconchados, etc. El príncipe se ha quejado de que la cantidad es escasa para mantener la propiedad. Sería pues conveniente plantearse un aumento de dotación para este menester.

Y –me dirán los populistas- todo eso ¿en qué beneficia al pueblo, y más en época de crisis? En mucho, naturalmente. El cuidado de bienes de evidente importancia histórico-artística redunda en beneficio de la nación entera, y no ver esto es estar ciego o querer mirar hacia otro lado. Si sólo pensamos en que es necesario mantener en perfectas condiciones para el turismo esos lugares ya se justificaría la inversión, pues ésa es una de las más limpias y eficaces fuentes de ingresos para una nación, máxime en un país aislado en los años noventa y que intenta ahora resurgir de sus cenizas. Además, hay que partir del hecho de que cuando se roba a alguien hay que devolverle al menos la totalidad de lo sustraído y, si no es así, al menos reparar de alguna forma el mal ocasionado. Tras la convulsas épocas comunistas eso no es posible, pero al menos sí lo es que el Estado ayude a quienes se vieron tan injustamente desposeídos de sus bienes.

Amadeo-Martín Rey y Cabieses

 
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