Títulos nobiliarios: ¿Qué les importa?

Si fuera más iluso me llamaría la atención el inusitado interés que quienes se declaran republicanos se toman en que determinadas personas ostenten un título nobiliario. Algo que ni les va ni les viene si no fuera para meter el dedo en el ojo del Rey y –de paso- en el del Presidente del Gobierno, cuya reacción aguardan con morbosa expectación. También podría asombrar que sólo les molesten los títulos concedidos por Franco y no los otorgados por Felipe II, Fernando VII o cualquier otro monarca español. Pero nada que provenga de dicho grupo parlamentario puede sorprender. Sin embargo, no nos engañemos, parece evidente que es un primer paso para poner en cuestión la pervivencia misma de toda la nobleza titulada.

El hecho premial no es privativo de las monarquías, ni de las dictaduras, ni de forma alguna de Estado. Es un fenómeno universal y necesario para estimular la excelencia y ejercer de ejemplo para el resto de ciudadanos. Todos los regímenes crean y otorgan distinciones de todo tipo y el hecho de que algunas sean hereditarias no las hace menos “democráticas”, sino que hace pervivir en el tiempo el recuerdo de un ejemplo a imitar. Joan Tardá, reconoce que los títulos son un privilegio "simbólico", pero "de gran importancia por su valor pedagógico para la sociedad". ¡Hombre! Muchas gracias por la comprensión. Quién hubiera imaginado que un diputado de izquierdas iba a reconocer la importancia aunque sea “pedagógica” de los títulos nobiliarios. Ya digo, no hay que sorprenderse de nada. El hecho recuerda el mismo interés que la izquierda atea o agnóstica -a la que poco le debería importar lo que diga el Papa al Pueblo de Dios o un obispo a los fieles de su diócesis- demuestra por las declaraciones de los prelados católicos para denostar a éstos y hacer mofa de quienes siguen fieles a su Fe.

Franco concedió, en efecto, 39 títulos o grandezas desde 1948 hasta 1974. Imagino que al grupo parlamentario en cuestión le parecerá imperdonable que se haya concedido el Marquesado de Ramón y Cajal a la descendencia del insignificante científico que “sólo” alcanzó el Premio Nobel por sus mediocres trabajos científicos, o que el Condado de la Cierva recordase la inventiva de un español como Juan de la Cierva que “nada más” creó el precursor de helicóptero. Terrible también haber premiado a ese oftalmólogo “don nadie”, el Dr. Arruga con el Condado de Arruga. En fin, para qué seguir.

Por el Decreto del Ministerio de Gracia y Justicia de 25 de mayo de 1873 (Gaceta de Madrid de 28 de mayo), la I República disponía que no se concediesen en lo sucesivo grandezas de España ni títulos nobiliarios. Lo mismo sucedió al proclamarse la II República. El Gobierno Provisional por Decreto de 1 de junio de 1931 (Gaceta de Madrid 2 de junio) decía: “Con la instauración de la República se inaugura en España un nuevo régimen liberal y democrático, incompatible, por su esencia, con la práctica, tanto de concesión de títulos y mercedes de carácter nobiliario, reminiscencia de pasadas diferenciaciones de clases sociales, cuanto con el uso de éstos en actos oficiales y documentos públicos.” Eso sí, se creó la Orden Civil de la República después de haber suprimido todas las órdenes y condecoraciones dependientes del Ministerio de Estado, haber disuelto las cuatro Órdenes Militares españolas, sometido a las Reales Maestranzas de Caballería al régimen jurídico de las asociaciones civiles, etc. Si el régimen republicano de 1931 era tan “liberal y democrático” como el actual, ¿por qué no piden ya -de paso- la abolición de todos los títulos nobiliarios? A ver si se aclaran… o si ponen todas la cartas encima de la mesa y se dejan de circunloquios.

Los hijos de la Revolución Francesa se olvidan de que otro hijo de ella, Napoleón I, se dio cuenta enseguida de la utilidad del hecho premial. El 20 de mayo de 1802, siendo aún Cónsul, creó la Legión de Honor, que luego adaptaron pero no suprimieron los regímenes monárquicos o republicanos posteriores, hasta la actualidad. Y, siendo ya emperador de los franceses creó la Nobleza Imperial, por pertenecer a la cual se pegaban esos mismos hijos de la Revolución que habían perseguido sin piedad a la Nobleza del Antiguo Régimen.

 
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