Dos divorciadas en la Familia Real

El anuncio del divorcio de los duques de Lugo es, hay que decirlo, una mala noticia para la Familia Real y, como consecuencia, también para este país, en la medida en que la monarquía constituye pieza básica de nuestro ordenamiento legal y político.

Aunque algunos diarios ubicaron la información en las páginas de “Gente y televisión”, la realidad es que estamos ante un hecho de trascendencia política, que por tanto debería aparecer en la sección de ese nombre. No es uno de esos típicos “cotilleos”, aunque alguno lo aproveche para cotillear.

Se trata de un hecho trascendente desde el punto de vista político, por lo mismo que la infanta Elena aparece en cuarto lugar en el orden de sucesión a la Corona de España, y el hijo del matrimonio, Felipe Juan Froilán, es el quinto.

Decía que estamos ante una mala noticia porque la monarquía se fundamenta en una familia, singular, pero familia, y por tanto aquello que contribuya a desmontar ese elemento básico (y el divorcio “rompe” una familia), le debilita. El príncipe Felipe es el heredero al Trono por el hecho de pertenecer a la familia Borbón-Grecia.

Se entiende, así, la inquietud que ha causado todo este proceso en el Palacio de La Zarzuela, y la preocupación que ha embargado a los reyes. Eso explica el cuidado con que la Casa del Rey ha manejado el proceso. Y el consejo de que hubiera un “cese temporal de la convivencia”, que ha durado dos años, sugerido con la esperanza de que en ese plazo se produjera una reconciliación, que no ha ocurrido.

La reina no viajó ese miércoles a Malta, acompañando a don Juan Carlos, para permanecer atenta en Madrid. Se presentó como una “indisposición”, pero esa tarde, que es cuando se anunció la noticia, la infanta Elena acudió a palacio a estar con su madre.

Elena, la más “Borbón” de los hermanos, la más parecida al rey, se ha empeñado tozudamente, contra viento y marea, y también frente al parecer de sus padres, en disolver el vínculo con Jaime de Marichalar, hasta llegar al divorcio, que son palabras mayores en la tradición familiar. ¿Por qué ha dado ese paso? Hay que deducir que porque mantiene abierta la puerta a otra relación íntima. Si no, habría bastado con un cese de la convivencia “definitivo”.

Eso mismo hay que pensar de la opción de que plantee la nulidad matrimonial, que, de lograrlo, le permitiría volver a contraer matrimonio canónico. Ella ha manejado esa posibilidad. Otra cosa es que finalmente inicie el proceso, y otra más, que lo logre.

Según personas con entrada en La Zarzuela, don Juan Carlos cree que el proceso de nulidad no es una buena idea, aunque lo está estudiando y “trabajando”. Entre otras cosas porque, para lograrlo, habría que presentar argumentos relativos a la falta de madurez de uno u otro, falta de idoneidad para el consentimiento, y hasta hablar de presiones, materias todas ellas vidriosas y delicadas, que dañarían a los implicados, y con la lógica repercusión en los dos hijos, Felipe Juan Froilán y Victoria Federica. Aparte del morbo que supondría para determinados medios.

 

La nulidad deberá plantearse en Roma. Y no, como pueda interpretarse, por un privilegio debido a su condición de miembro de Familia Real, sino más bien por todo lo contrario. Ese requisito fue establecido, en su día, por la Santa Sede, precisamente para asegurar la limpieza del proceso y garantizar que no hay presiones: decidió quitarlo de los jueces nacionales precisamente para evitar que los monarcas pudieran presionar y mediatizar.

El proceso hasta el último comunicado ha sido delicado, también porque alguno de los abogados, avezado en gestionar causas matrimoniales, ha ido manejando bazas mediante filtraciones a la opinión pública. Al final se ha alcanzado un acuerdo total. Incluyendo un párrafo en la nota que habla expresamente del “afecto” de Jaime de Marichalar hacia la Familia Real, y que hay que interpretarlo como un añadido solicitado desde La Zarzuela a cambio de alguna concesión, del estilo de otro título nobiliario para Marichalar, que sustituya al de duque consorte de Lugo que ha ostentado hasta ahora. Y hay que suponer que habrá recibido también garantías de cara a su futuro profesional y económico.

El paso dado por la infanta Elena es significativo porque se trata del primer divorcio que se produce en la Familia Real. Los que se han citado, entre ellos los de los hijos de Alfonso XIII (dos de don Alfonso de Borbón y uno de don Jaime), se lograron en el extranjero y nunca fueron reconocidos legalmente en España.

Ahora, en la Familia Real habrá dos divorciadas. Una, la princesa Letizia, aunque fuera de un primer matrimonio civil, no eclesiástico. La otra, la infanta Elena.

No son pocos los que intentan minimizar lo que está ocurriendo, argumentando que los divorcios constituyen un asunto común en la sociedad española, y que con ello la Familia Real se convierte un poco más en una “familia normal”. No estoy muy convencido de que eso sea bueno. Porque la Familia Real no es una familia “normal”. Es un grupo singular, distinto, con unas prerrogativas, y también con unas obligaciones. Insistir en la normalidad puede llevar a que alguno se plantee: Si son normales, como todos, como los demás españoles, si nada les distingue, entonces ¿por qué razón están ahí?

Y un último apunte. La solución de notificar el divorcio mediante una simple nota de los abogados no parece congruente con el hecho de que el anuncio del compromiso de la infanta Elena y Jaime Marichalar se comunicara mediante una nota de la Casa del Rey.

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