El rey no tiene vida privada

Juan Carlos I en una foto de archivo.
Juan Carlos I en una foto de archivo

Se lo escuché a un amigo y lo comparto. No se entiende bien la alusión que ha hecho don Juan Carlos, en la carta reciente remitida a su hijo Felipe VI, a “los acontecimientos pasados de mi vida privada”. El rey emérito parece haber querido subrayar que una cosa es el legado construido durante su reinado entre 1975 y 2014 y otra distinta la vida privada que ha llevado esos años.

Ahí –parece decir el emérito entre líneas- hay que distinguir. Yo me volqué para contribuir a la convivencia democrática y la consolidación de las libertades en España, en mi tiempo libre tuve comportamientos que ahora lamento y los españoles deberían saber diferenciar ambos campos, tratando el segundo con algo más de indulgencia.

No. Don Juan Carlos está equivocado en esto. Porque un rey, como digo, no tiene vida privada. Es algo que caracteriza a cualquier monarquía. Un presidente de Gobierno, un consejero delegado, un juez, un líder sindical, un general del Ejército… tiene las responsabilidades derivadas de ese cargo y después, una vida al margen de esos desempeños. Es así. Pero un rey, no.

Un monarca juega un papel excepcional en la vida de un país, lo he dicho en alguna otra ocasión. Ejerce la función de jefe del Estado siempre bajo el control del poder legislativo y del ejecutivo. El rey reina, pero no gobierna. Sus poderes están limitados, sí, pero desempeña una misión clave en estos tiempos: estar por encima de las ideologías, situado en medio del tablero, y actuando, desde esa neutralidad, como un elemento de unidad, estabilidad y cohesión.

Precisamente este perfil integrador, sumado a su carácter de elemento permanente (cambian los gobiernos y las ideologías, pero él permanece) dota al rey de un prestigio especialmente fundamental fuera de España. Nuestro país se beneficia mucho de esto. Es un valor. Felipe VI es recibido en ocasiones por mandatarios que no están dispuestos a sentarse a negociar en ese momento con dirigentes políticos españoles. Esa labor de puente le conviene mucho a España para recomponer relaciones o lograr acceso puntual a determinadas administraciones.

Pero el rey ocupa ese puesto únicamente por formar parte de una familia, por estar graciosamente ubicado en la línea sucesoria de una estirpe. Por ningún otro mérito. Que tanto poder y privilegio derive de formar parte de un linaje –algo tan ajeno a sus propias dotes-, exige especial ejemplaridad. Se te da mucho; se te exige acorde al don recibido.

Llevar una vida privada poco ejemplar no es de recibo en esas circunstancias. Cometer imprudencias en los ratos libres no es compatible con ejercer un papel de líder como monarca. ¿Quién puede ser un polo de unión si su vida es pura esquizofrenia?

Por eso digo que el rey, al contrario de lo que sucede con otros ciudadanos, no puede tener una vida privada ajena al escrutinio de los españoles. Es así.

 

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