El secreto de Balmoral que Felipe de Edimburgo se llevó a la tumba: era el rey de las barbacoas

El papel de la reina Isabel durante las vacaciones de verano era poner los cubiertos y manteles o preparar la ensalada

La reina Isabel y su esposo, Felipe de Edimburgo.
La reina Isabel y su difunto esposo, Felipe de Edimburgo.

A los muchos mensajes de condolencia que se están expresando desde todos los lugares del planeta a raíz del fallecimiento del Duque de Edimburgo, consorte de la Reina Isabel II, no podían faltar los textos de los Príncipes Enrique y Guillermo. La emotiva carta de Enrique, que ayer lunes aterrizó en Londres para asistir al funeral el próximo sábado, deja entrever un detalle de la vida privada de la Familia Real Británica. Enrique recuerda que “para mí, como para muchos de los que han perdido a un ser querido por esta dolorosa situación, él fue mi abuelo: un maestro de la barbacoa, un genio de las bromas y un hombre con desparpajo hasta el final”.

"Un maestro de la barbacoa". No se trata de una evocación complaciente o de un lugar común, sino de una afición auténtica, que revela el lado más humano de este Duque inglés de imponente porte. Efectivamente, Enrique de Edimburgo disfrutaba preparando barbacoas para su mujer, hijos y nietos, como un padre o un abuelo más.

Splendor in the grass, glory in the flower 

Mientras que en sus residencias reales -Buckingham y Windsor- la reina y el príncipe consorte disponían de un equipo de cocineros profesionales, durante sus vacaciones estivales en el castillo escocés de Balmoral la etiqueta se olvidaba y Enrique de Edimburgo daba rienda suelta a su afición por la cocina, tanto en los fogones de la fortaleza como en sus frondosos jardines, instalando en el lugar más insospechado una humeante barbacoa.  

El papel de la Reina Isabel en estos casos era poner los cubiertos y manteles, en el caso de que la comida fuera sobre la mesa, o preparar la guarnición de ensalada, sin iban a disfrutar sobre la hierva de un salmón o de una carne de caza. Mientras tanto, los niños correteaban o subían algún árbol cercano. Aquellos momentos servían a la pareja y al conjunto de la familia para relajarse, dejando atrás por unas semanas las rigideces e intrigas propias de la corte londinense. Y el primero en disfrutar de esos instantes, armado de espátula y delantal, era Felipe.

 

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