FELIPE, REY

Hace falta un cambio. A aquéllos que amamos la historia nos gusta, en ocasiones, mirar atrás, al pasado e intentar entender por qué ciertos acontecimientos tuvieron lugar, cuál fue la sucesión de eventos, la cadena de hechos que resultó en un cambio en el devenir de un país. En España, ha habido varios en los dos últimos siglos: ¿y si Riego hubiera zarpado hacia América? ¿Y si no hubiéramos tenido un catastrófico 98? ¿Y si Alfonso XIII no hubiera entregado su confianza a Primo de Rivera? ¿Y si las elecciones municipales del 31 no se hubieran convertido en un plebiscito por la República? ¿Y si dicho régimen no hubiera sido tan desastroso y no hubiera concluido en Guerra Civil? ¿Y si Franco hubiera abandonado el poder antes de morir? ¿Y si no hubiera decidido su sucesión en la figura de Don Juan Carlos I? ¿Y si nuestro Rey hubiera reaccionado de manera diferente ante el golpe de estado del 23-F...? En fin, queda constancia de que determinados gestos en puntos muy concretos de la historia derivan en un camino que conocemos y otro que sólo podemos imaginar.

Pues bien, creo que somos testigos de otro punto de inflexión en la historia de España y tenemos que estar a la altura del mismo y ser plenamente consecuentes. En los últimos años, la palabra crisis ha inundado las primeras páginas de los periódicos, las cabeceras de los noticiarios, nuestras conversaciones diarias y hasta nuestras pesadillas cuando conseguimos conciliar el sueño. El término crisis ha adoptado además todos los apellidos habidos y por haber: empezó siendo económica para luego convertirse en política, institucional, moral y de Estado. Todos los flancos de batalla están abiertos, dentro y fuera de nuestra nación. Nacen en nuestro ánimo y en la concepción de nosotros mismos, se extienden a las amenazas de secesión y alcanzan la jefatura, no sólo del gobierno, sino también del estado.

Los españoles necesitamos saber que esto sólo ha sido un mal sueño, un paréntesis en una larga de historia que, si bien ha tenido sombras, también a gozado de brillantes luces. Necesitamos detenernos, mirar atrás y constatar que hoy es una nueva jornada, la primera mañana de una nueva etapa. Un nuevo talante, optimismo, orgullo (del sano), coraje, fuerza, energía, espíritu, ánimo. Necesitamos salir de este hoyo con trabajo y esfuerzo, pero también con el respaldo moral de saber que nuestro reflejo institucional e internacional es intachable. Que el principio del honor de aquella España del siglo de oro rejuvenece hoy adaptándose a nuestro tiempo para ser verdadero estandarte de honradez, honestidad, transparencia y solidez moral. Aquellos próceres que ostentan cargos en las más altas instancias del estado han de darse cuenta de que nos hallamos ante uno de esos momentos históricos en el que no hacer bien las cosas o no extirpar el cáncer a tiempo, traerá consecuencias desastrosas.

A mí no me gustan las revoluciones; suelen ser violentas, pasionales, radicales y generalmente traen más mal que bien. No obstante, sí creo en la regeneración. En la regeneración política, institucional y social. ¿Quién puede liderar este momento histórico? Desde mi punto de vista, se llama Felipe y será Rey de España. Con todo respeto de súbdito (en el sentido más romántico del vocablo; hace más de un siglo que somos ciudadanos), pero también con el derecho a elevar mi voz como nacional español, solicitaría a la Casa Real que considerase una hipotética abdicación de S.M. El Rey en su hijo S.A.R. Don Felipe de Borbón y Grecia. Esto no es una sencilla ocurrencia influenciada por el reciente traspaso de la corona en el Reino de los Países Bajos. No. Apoyo esta postura importándome poco si es tradición o no en la Casa Real Española (que por cierto, en absoluto sería la primera vez). No le echo cuentas. La abdicación es un mecanismo jurídico totalmente válido reconocido en nuestra tradición y en nuestra Carta Magna. Sirve para lo que sirve y está para lo que está. Hoy es necesaria.

No desvaloro la labor de Don Juan Carlos. Lo admiro y veo en Él al que quizás sea el mejor rey de nuestra historia y tan sólo espero que Don Felipe sea tan bueno como su padre, si acaso es posible. No obstante, reconozco necesario girar el timón, hacerse cargo de las graves circunstancias que atravesamos y plantarles cara. Quiero que nuestro rey sea D. Felipe VI y su reina consorte, Dña. Letizia. Anhelo que Dña. Leonor sea Princesa de Asturias y su hermana la Infanta Sofía hija de un nuevo rey más joven y enérgico. Aspiro a que D. Juan Carlos se convierta en el mejor consejero real de la Monarquía. Deseo que el concepto de Familia Real se restrinja a ascendentes y descendentes del rey y que los hermanos queden apartados en la parcela de la Familia del Rey. Me gustaría que de este modo, la mayor fuente de escándalos y mácula de la institución de estas cuatro últimas décadas, el Sr. Urdangarín, quede desplazada de manera contundente de tan insigne institución. No por ser culpable... eso lo dirán los jueces. Sino por dejar caer la simple sombra de sospecha de la corrupción sobre la Corona y la casa del Primer Español. La mujer del Cesar no sólo tiene que serlo, sino también parecerlo. Lamento que crean que se le priva del fundamental derecho humano a la presunción de inocencia... él sí goza del mismo, pero la Monarquía no.

Añado que busco una Casa Real más veloz y clara en su decisiones... los españoles nunca fuimos un pueblo extremadamente paciente son nuestros monarcas. Reclamo una mejor comunicación, un mejor canal de encuentro entre la sociedad y Zarzuela. Abogo por un nuevo capitán que lidere esta coyuntura. Que dé un discurso de investidura claro y preciso. Que regenere la institución y limpie cualquier salpicón de inmoralidad, sea rumor o verdad. Que arbitre y modere las instituciones como indica el artículo 56 de la Constitución. Que luche ferozmente contra la corrupción. Que condene toda falta de honradez desde el municipio hasta el gobierno central. Que afronte de manera activa (siempre respetando los límites y provisiones constitucionales) el desafío soberanista. Que retome una posición activa para con nuestros hermanos de las Comunidades Históricas de España. Que recupere nuestra propia confianza y la del extranjero para decirle al mundo que este Reino no es una república bananera y que podemos superar el actual reto económico. Que nos vuelva a hacer sentir orgullosos de ser españoles, de pertenecer a este gran país y de ser parte de su historia.

Majestad, admiro y agradezco su disposición y siempre voluntad de servir a los españoles hasta el final de sus días. Pero, gozando este país del que, en palabra de Su Majestad, es el Príncipe más preparado que jamás ha tenido España... ¿Por qué esperar? ¿Será acaso demasiado tarde? ¿Qué nos dice la historia?

 

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